Es curioso cómo los días más trascendentales de tu vida comienzan siendo días normales.
Apagas el puto despertador, maldices las ojeras e intentas domar al pelo, que hoy le ha dado por ir a su bola. Te vistes. Sales corriendo de casa porque no llegas ni de coña a por el bus. Lo pierdes.
Haces lo mismo de siempre.
Siempre el mismo despertador, las mismas ojeras, el mismo pelo rebelde y pierdes el mismo jodido bus.
Es curioso, que en realidad los días que marcarán el resto de tu vida no empiezan de forma especial ni diferente a los demás. Venimos marcados de serie por la rutina. Esa apestosa ami-enemiga de la que hablamos mal pero en realidad echamos en falta cuando no está.
Y así, todos los días son iguales. Uno tras otro. Incluso los importantes.
La única diferencia es cuando uno de esos días mientras pierdes o no el bus, ocurren cosas que te golpean.
(No nos engañemos, el 90% de las veces esas cosas están relacionadas con encontrar o perder a alguien.)
Todos buscamos esa situación que te marca y te hace ver los días menos monótonos. Unos la buscan mas desesperadamente que otros, pero casi siempre la encontramos.
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